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lunes, 21 de enero de 2013

El viaje (Cadenas)


El ratón quiso visitar a su madre. Condujo el coche y se le estropeó. Subió a los patines y se le rompieron. Se puso las botas y se agujerearon. Cogió las zapatillas y se gastaron. Se quito los pies viejos y se puso unos nuevos. Al fin llegó a ver a su mama.
(Arnold Lobel, adaptación)

Vamos a crear cadenas 

Salí corriendo por los caminos a buscarte. Atravesé los campos a caballo para encontrarte. Llegué a las ciudades en tren y no estabas. Crucé los océanos en barco para hallarte. Subí a la luna en un cohete, pero no estabas allí.

Me peine el pelo y se fue volando. Lo sujete con unas horquillas y siguió sobre el viento. Lo agarré con un lazo y rozó el cielo. Lo cubrí con un sombrero y entonces se quedo quieto.

Hacía tanto frío que me puse mi camiseta negra, pero se cayó. Me enfundé la camisa de hilo, pero se marchó. Me coloqué el jersey de lana y se deshizo. Me revestí con el abrigo y el frío por fin se fue.

Las tías de Luis

         Tengo seis años y tengo muchas tías abuelas.
         Mi tía Jacinta me pellizca los mofletes con sus uñas largas y moradas.
         Mi tía Margarita coge la escoba y se pone a barrer.
         Cuando mis tías se van, mi padre dice: “Estas tías son unas brujas”
(Begoña Oro)

 

Vamos a prestarle nuestras tías a Luis:
          Mi tía Martina siempre trae pasteles de miel y pétalos de rosas.
         Mi tía Luisa tiene miedo a las puertas y siempre entra por las ventanas.
         Mi tía Vicenta viene a cenar; entra en la cocina y dice: “Carambola y revoltijo, que nunca falte comida en el frigorífico”

 (Escribe qué tía le prestas tú a Luis)

Escondite Inglés (Carmen Martín Gaite-Amancio Prada)

Una, dos y tres,
escondite inglés,
a esa niña de rojo
ya no la ves.

Jugaba con naranjas,
les mordía el zumo,
arrancaba tomillo,
niña de humo.

Baja a la calle,
vuelve a subir,
las estrellas la miran
no se quiere dormir.

Cuéntame un cuento,
cuéntame ciento,
dame la mano,
se la llevaba el viento
de aquel verano.

Una, dos y tres,
escondite inglés,
a esa niña de rojo
ya no la ves.
 

sábado, 12 de enero de 2013

Vierja y el unicornio (3)


         Todos sabemos que los unicornios son animales mágicos; y creemos que siempre han sido animales solitarios. Todos sabemos, como se señala en el libro “La verdadera historia del unicornio”, que es una raza especialísima, ligada a nosotros en amor y servicio; sabemos que sólo aquel que escuche de sus labios su nombre, podrá cabalgar sobre él.

         Lo que desconocemos bastante es que cada unicornio antes de convertirse en un animal mágico tiene un camino de aprendizaje que recorrer. Cómo cada uno de nosotros, tiene unos maestros que les enseñan y les protegen. Son los guardianes de los unicornios. Ellos son los encargados de darles el nombre.

         Orinis siempre fue un unicornio curioso. Escuchaba y estudiaba todo lo que le enseñaban. Pero lo que más le gustaba era adentrarse en el bosque para conocer nuevos amigos. En cuanto le dejaban un tiempo libre, dejaba la escuela y se adentraba en sus entrañas. Así descubrió que de siempre se pueden aprender cosas nuevas de los demás animales. Pero la lección más importante que aprendió es que nunca estaría sólo.

         En una de sus escapadas al bosque, su amiga Cablan, la liebre, mientras jugaban al escondite, se cayó al río. Orinis no sabía nadar muy bien, pero se lanzó en ayuda de su amiga. Tarde se dio cuenta de que había sido una mala idea. Porque en vez de sacarla, comenzaron a hundirse los dos. Pero en ese momento, aparecieron los guardianes y les rescataron. Comprendió que no había nada más importante que cuidarse y cuidar a los demás.

         Ese día se sintió orgulloso de haber nacido siendo un unicornio.

viernes, 11 de enero de 2013

Vierja y el unicornio (2)


           Apenas tenía Vierja cumplidos los tres años cuando vio por primera vez a un caballo. Bueno, en realidad habría que decir que miró fijamente a un caballo; porque verlos, los había visto numerosas veces paseándose en su pueblo, montados por los habitantes del mismo.

         Pasó ante su puerta un caballo sin jinete, de un color rojo oscuro y unos ojos negros y brillantes. Vierja creyó notar que el caballo casi se paraba ante él, le lanzaba una mirada llena de preguntas y le pedía que fuera su amigo. Dos días después descubrió que aquel caballo era del viejo Mejai, el maestro que había enseñado a todos los del pueblo a cabalgar. Y cuando les vio juntos, también el maestro le sonrió.
         Dos años después comenzó a pedirle a su padre que le llevara a la escuela a aprender a montar. Pero tuvo que esperar otros tres años, pues Mejai no aceptaba jinetes menores de ocho años; y eso si él les veía especialmente capacitados.
         No tardó ni una semana en sentirse totalmente seguro sobre el caballo; no tardó más que un par de meses en ser uno de los jinetes más aventajados. Parecía que su presencia calmaba a todos los caballos y les hacía galopar más deprisa que con ningún otro jinete.
         Una tarde de otoño, volvió a pararse ante él aquel caballo rojo oscuro. Parecía que le invitaba a subirse sobre él. Vierja no lo dudo y comenzó la galopada.
         Al volver al pueblo, el viejo Mejai, le comentó con bastante asombro:
-Es la primera vez que mi caballo se deja montar por alguien que no sea yo. Supongo que significa que un día me sustituirás en la tarea de enseñar a otros caballeros.
         Vierja sonrió feliz. Aquella noche soñó con el caballo mágico.

martes, 8 de enero de 2013

Mis mejores amigos (3)

        Por cierto, aún no me he presentado. Me llamo Iñaki. Y no creáis que soy yo el que escribo mi historia. Es mi padrino; a él le gusta mucho escribir y ha decidido suplantarme para relatar mis recuerdos. Pero me encanta que lo esté haciendo. También porque me cuenta todos los ositos y otros animales que forman parte de nuestras familias. ¡Está claro que los duendes del bosque, del polo, de la montaña y de la selva lograron convencer a muchos animales para que fueran nuestros amigos.
Durante aquellos años de mi vida, mi madre y mi padre hablaban mucho conmigo. Yo sólo balbuceaba, pero ellos se ponían muy alegres con mis ruidos inconexos. También Azul lo hacía. Creo que mientras mis padres me enseñaban su idioma, Azul me enseñaba el suyo.
¡Pero qué difícil es aprender! Los adultos siempre dicen que los niños pequeños no tenemos nada que hacer; sólo nos preocupa comer y dormir. Se ve que al hacerse grandes olvidan el trabajo y lo cansado que es mirarlo todo, tocarlo todo, olerlo todo e incluso llevárselo a la boca y probarlo. Muchos piensan que únicamente estamos ocupados en esos ratos sueltos que nos dedican a hablarnos. Muy importantes sin duda, porque gracias a ellos aprendemos a hablar; pero el resto del trabajo lo tenemos que hacer nosotros solos.
Dije mis primeras palabras con un año y siete meses. Aquel día mi madre se puso muy contenta. Y note que Azul se ponía un poco celoso. Por lo que tuve que hacer un esfuerzo y decir también un par de palabras en el suyo.

El perro de la Navidad

           Durante la última Navidad hizo mucho frío. Tanto que uno estaba deseando llegar a casa y ponerse cerca de la calefacción. Un mañana salí a la calle porque mis padres me mandaron a hacer un recado. Al pasear por las aceras me encontré con muchos animales.  A Dongo, el perro del vecino del portal de enfrente; a Risa, la gata presumida que siempre se pasea buscando alguien que le dé un poco de comida; hasta saludé a Renco, el caballo que un policía suele pasear por este barrio. Me gustan los animales y como todos son mis amigos, me devuelven el saludo.
Al pasar por la esquina de la plaza vi un perro que no me resultaba familiar. Me miraba con unos ojos tan grandes que al mirarlos te hacían cosquillas. Me acerqué con cuidado y el perro, lejos de asustarse, me sonrió. Estuvimos hablando un  rato y me explicó lo aburrida que era su vida solitaria. Buscaba alguien con quien compartirla.
Al llegar a mi casa, muy entusiasmada les pedí a mis padres que me dejaran quedármelo. Pero a mis padres les dio un poco de miedo; a veces lo desconocido asusta mucho. Me apenó un poco, pero tuve que aceptarlo.
Durante varios días me paré a hablar con él y sentía como se ponía muy alegre cuando estaba a su lado. Pero como no tenía dueño, un día decidió marcharse. ¡Quería cumplir sus sueños! Entonces yo empecé a echarle de menos. Había perdido un buen amigo.
Una noche ya no pude más. Le echaba mucho de menos. Esperé a que mis padres se durmieran y sin hacer ruido salí de mi casa decidida a buscarle. Pensé que su mejor refugio sería sin duda el bosque; así que muy animada cogí la senda que conduce hasta él. ¡Ya sé que el bosque está a veces oscuro, se oyen ruidos desconocidos y puede dar algo de miedo! Pero yo no tenía ningún temor; confiaba en mis amigos los animales y ellos no iban a fallarme. Sin darme cuenta me aleje tanto de mi casa; me fui muy lejos, tan lejos que casi se veía el mar, y me di cuenta que ya no sabía regresar.
Mientras mis padres, aunque yo no lo sabía, comenzaron a preocuparse mucho por no tener noticias de mí.
¿Sabéis lo que me salvó? Encontré a mi amigo el perro callejero. Al verme se puso tan contento que se abalanzó sobre mí; pero enseguida comenzó a preocuparse. ¡Estábamos tan lejos de mi hogar! Rápidamente organizó a los demás animales y prepararon la expedición para devolverme a mis padres. Fue un momento difícil. Por un lado, yo echaba de menos a mis padres, pero por otro no quería volver a perder a mi recuperado nuevo amigo.
Afortunadamente, al verme regresar, mis padres se pusieron tan contentos que me permitieron quedarme con el perrito por el que tanto me había arriesgado y que me había ayudado a volver a encontrarlos.
Desde entonces, vivo feliz con mis padres, mis hermanos y el perro al que tanto quiero.