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martes, 8 de enero de 2013

Mis mejores amigos (3)

        Por cierto, aún no me he presentado. Me llamo Iñaki. Y no creáis que soy yo el que escribo mi historia. Es mi padrino; a él le gusta mucho escribir y ha decidido suplantarme para relatar mis recuerdos. Pero me encanta que lo esté haciendo. También porque me cuenta todos los ositos y otros animales que forman parte de nuestras familias. ¡Está claro que los duendes del bosque, del polo, de la montaña y de la selva lograron convencer a muchos animales para que fueran nuestros amigos.
Durante aquellos años de mi vida, mi madre y mi padre hablaban mucho conmigo. Yo sólo balbuceaba, pero ellos se ponían muy alegres con mis ruidos inconexos. También Azul lo hacía. Creo que mientras mis padres me enseñaban su idioma, Azul me enseñaba el suyo.
¡Pero qué difícil es aprender! Los adultos siempre dicen que los niños pequeños no tenemos nada que hacer; sólo nos preocupa comer y dormir. Se ve que al hacerse grandes olvidan el trabajo y lo cansado que es mirarlo todo, tocarlo todo, olerlo todo e incluso llevárselo a la boca y probarlo. Muchos piensan que únicamente estamos ocupados en esos ratos sueltos que nos dedican a hablarnos. Muy importantes sin duda, porque gracias a ellos aprendemos a hablar; pero el resto del trabajo lo tenemos que hacer nosotros solos.
Dije mis primeras palabras con un año y siete meses. Aquel día mi madre se puso muy contenta. Y note que Azul se ponía un poco celoso. Por lo que tuve que hacer un esfuerzo y decir también un par de palabras en el suyo.

El perro de la Navidad

           Durante la última Navidad hizo mucho frío. Tanto que uno estaba deseando llegar a casa y ponerse cerca de la calefacción. Un mañana salí a la calle porque mis padres me mandaron a hacer un recado. Al pasear por las aceras me encontré con muchos animales.  A Dongo, el perro del vecino del portal de enfrente; a Risa, la gata presumida que siempre se pasea buscando alguien que le dé un poco de comida; hasta saludé a Renco, el caballo que un policía suele pasear por este barrio. Me gustan los animales y como todos son mis amigos, me devuelven el saludo.
Al pasar por la esquina de la plaza vi un perro que no me resultaba familiar. Me miraba con unos ojos tan grandes que al mirarlos te hacían cosquillas. Me acerqué con cuidado y el perro, lejos de asustarse, me sonrió. Estuvimos hablando un  rato y me explicó lo aburrida que era su vida solitaria. Buscaba alguien con quien compartirla.
Al llegar a mi casa, muy entusiasmada les pedí a mis padres que me dejaran quedármelo. Pero a mis padres les dio un poco de miedo; a veces lo desconocido asusta mucho. Me apenó un poco, pero tuve que aceptarlo.
Durante varios días me paré a hablar con él y sentía como se ponía muy alegre cuando estaba a su lado. Pero como no tenía dueño, un día decidió marcharse. ¡Quería cumplir sus sueños! Entonces yo empecé a echarle de menos. Había perdido un buen amigo.
Una noche ya no pude más. Le echaba mucho de menos. Esperé a que mis padres se durmieran y sin hacer ruido salí de mi casa decidida a buscarle. Pensé que su mejor refugio sería sin duda el bosque; así que muy animada cogí la senda que conduce hasta él. ¡Ya sé que el bosque está a veces oscuro, se oyen ruidos desconocidos y puede dar algo de miedo! Pero yo no tenía ningún temor; confiaba en mis amigos los animales y ellos no iban a fallarme. Sin darme cuenta me aleje tanto de mi casa; me fui muy lejos, tan lejos que casi se veía el mar, y me di cuenta que ya no sabía regresar.
Mientras mis padres, aunque yo no lo sabía, comenzaron a preocuparse mucho por no tener noticias de mí.
¿Sabéis lo que me salvó? Encontré a mi amigo el perro callejero. Al verme se puso tan contento que se abalanzó sobre mí; pero enseguida comenzó a preocuparse. ¡Estábamos tan lejos de mi hogar! Rápidamente organizó a los demás animales y prepararon la expedición para devolverme a mis padres. Fue un momento difícil. Por un lado, yo echaba de menos a mis padres, pero por otro no quería volver a perder a mi recuperado nuevo amigo.
Afortunadamente, al verme regresar, mis padres se pusieron tan contentos que me permitieron quedarme con el perrito por el que tanto me había arriesgado y que me había ayudado a volver a encontrarlos.
Desde entonces, vivo feliz con mis padres, mis hermanos y el perro al que tanto quiero.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Mis mejores amigos (2)


       Una de las primeras cosa que me contó Azul, fue como dejó de ser un oso pardo salvaje para convertirse en un oso azul familiar. La culpa la tuvo el duende del monte.

         Azul había nacido en una montaña muy alta cerca del mar. Cuando cumplió los tres años ya era un oso adulto. Pero desde muy pequeño notó que no era un oso normal; soñaba y, al contrario de lo que le pasaba a sus amigos, no le asustaba el ruido de los niños jugando en el bosque.


         Por eso, una mañana del comienzo del otoño, cuando se preparaba para comenzar la época de hibernación, se le apareció el duende. Le preguntó si no le gustaría convertirse en el mejor amigo de un niño. Le explicó que él podía hacer un hechizo y convertirle en un oso que alguien compraría para regalárselo a un recién nacido. Así podía convertirse en su protector. No lo dudó ni un segundo.

-¿Puedes hacer que me lleve el color del mar?- fue su única pregunta.

         El duende cumplió sus deseos y por eso su piel ahora es azul.

         Inmediatamente le transporto a una enorme juguetería, donde conoció a muchos otros animales que también querían ser compañeros de algún niño. Antes de dejarle, el duende le explicó que era muy importante elegir bien la persona con la que irse.

         Después de varias semanas de espera, entró en la juguetería un hombre algo mayor que enseguida captó la atención de Azul. Ese hombre resultó ser mi abuelo. Yo acababa de nacer y el buscaba un animal para regalármelo. Azul puso una sonrisa de oreja a oreja, encendió sus ojos y se puso en pie para no pasar desapercibido. Consiguió su objetivo, porque mi abuelo se fijó inmediatamente en él.

         Lo primero que hice cuando le vi fue darle un gran abrazo. Yo eso no lo recuerdo muy bien, pero Azul me repetía que le sujeté con tanta fuerza que hasta que no me quede dormido no consiguieron que me separara de él.

         Desde ese día es mi compañero de mi habitación. Ahora ya tengo catorce años y otros dos hermanos. Azul sigue en mi habitación, encima de mi cama, guardándola hasta que yo me acuesto.

 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Mis mejores amigos


            Mis padres aseguran que yo nací en Madrid un día del mes de Febrero. Pero a veces no tengo más remedió que pensar que no es del todo cierto. No es que dude de su palabra, ni creo que me quieran engañar. Sé que mis padres me quieren mucho y yo quiero mucho a mis padres. Lo que ocurre es que algunas de las cosas que me han pasado en mi vida me hacen sospechar que pudo ser de otra manera.

         Por ejemplo, mi primer amigo fue un enorme oso que yo llamaba Azul. Siempre estaba dispuesto a jugar conmigo y a defenderme si alguna vez yo estaba en peligro. Por las noches yo me acurrucaba dentro de él y así no tenía frío. Su enorme cuerpo me daba calor, me servía de almohada y me susurraba aventuras hasta que me quedaba dormido.

         Por eso creo que yo nací en algún bosque o en alguna selva y que los animales son parte de mi familia y por supuesto son grandes amigos míos.

 

viernes, 14 de diciembre de 2012

Vierja y el unicornio.





Vierja era el más joven y mejor jinete del pueblo; era capaz de montar cualquier caballo. El día de su quince cumpleaños, paseando por el campo del molino, conoció al unicornio. Nada más mirarse, se gustaron el uno al otro.

         Desde entonces nadie les ha visto jamás separarse.